El alemán Oswald Spengler, que en la segunda-tercera década del siglo XX alumbraría una
obra colosal en muchos sentidos: La decadencia de Occidente, advirtió que éste, Occidente, si
bien dominaba la escena mundial desde hacía siglos, no lograría escapar a la decadencia
implacable por la que transita toda civilización. A inicios de los años 20', Europa presentaba
para el autor los signos de la transformación cuyo principio fue la persecución de la ganancia
material como único objetivo legítimo en la vida, reduciendo, de este modo, las relaciones
humanas a una inmensa transacción económica. Vence la mera voluntad de vivir, el desarraigo,
donde todos los grandes símbolos culturales se banalizan, no se comprenden ni se toleran. El
resultado es una vida artificial.
El mundo estaba cambiando. Ideologías férreas que a lo largo del siglo XX habían servido para
unir a la población en torno a conceptos como "nación" o "clase social", se desintegraban. Solo
quedaba "espectáculo". Individualismo, aburrimiento, resignación. Ante ello, la consigna es:
Crear nuevos valores para la etapa