En las bibliotecas nunca pasa nada extraordinario. Casi nadie les atribuye propiedades especiales de seducción ni de diversión. Para la mayoría, son meros depósitos de libros que conservan nuestra memoria cultural; espacios tranquilos, silenciosos y tristes relacionados con el sufrido acto de estudiar.
Los bibliotecarios, por su parte, casi siempre son vistos como personas serias, eruditas, distantes... siempre vigilantes de toda esa sabiduría conservada y de mantener el silencio. Seres al margen de cualquier suceso divertido, extravagante o molesto, reservados a otros profesionales de la cultura: músicos, poetas, cómicos o danzantes.
Con esa finalidad nació este manual, un poco gamberro, heterodoxo e irreverente, para mostrar que las bibliotecas no son lugares melancólicos ni aburridos ni deprimentes y que, dentro de ellas, suceden hechos normales y cotidianos sí, pero que pueden convertirse en extraordinarios y mágicos cuando son vistos a través de la mirada de quien las ama y las vive.