Cientos de viajes jalonan veintiocho años de carrera profesional. Enmi etapa como corresponsal en Sudamérica me topé con sicarios yasesinos a sueldo en las comunas de Medellín en Colombia, o con lamuerte, por cientos, que dejó un devastador terremoto en la costa deEcuador.
Nunca imaginé que, entre los destinos asignados, seencontraría «el corazón del infierno». Lo encontré en Venezuela. En el cuerpo frío, sin vida, de Amalia, una niña de un año y medio a la que vi morir por desnutrición en Caracas. Lo encontré en la cama de FranTapín, paciente colostomizado con una botella de Coca-Cola en unacirugía propia de la medicina de guerra. Y lo encontré, y lo encontré, y lo encontré?
En poco más de un lustro, de 2014 a 2019, el paíscaribeño ha vivido en un convulso contexto político, un continuo yprogresivo deterioro, que se ha traducido en falta de alimentos,medicinas, agua, luz, transporte. Seis millones de venezolanos hanabandonado el país.