Nuestra relación con el resto de los animales se halla en un momento inédito: entre la conciencia de la crisis ecológica y cómo
esta se encarna en todos los seres vivos, por un lado, y la inercia de milenios de sometimiento, por el otro. Entre la liberación
animal y la conservación de lo que hasta ahora ha significado ser «humano»; entre el terror ecológico y el placer carnívoro.
Y esto solo acaba de comenzar. El uso de los animales no solo encierra un núcleo inextirpable de crueldad que siempre se traslada a nuestra relación con otras personas, sino que es una de las actividades que más gases de efecto invernadero emite, es la principal causa de deforestación de la Tierra, el motor de la crisis de biodiversidad y el desencadenante de las pandemias más
graves del pasado, del presente y, seguramente, del futuro. No importa que esto en algún momento fuese un debate solo moral,
pues en breve será ya un conflicto político decisivo.