En la masiva producción rutinaria de textos en la que estamos inmersos, la aparición de Gasolineras es una urgencia y una gran posibilidad. Contra el rito y las amenazas contemporáneas que cada vez precarizan y fagocitan más la poesía, aquí encontramos un poeta que habita otros puntos cardinales, habla desde el nosotros, construye su lirismo en la alteridad, y es tan consciente de su devenir como del complejo reto que esto significa frente a su propia tradición.
El viajero que regresa nos cuenta que el fin del mundo está ya aquí, pero no totalicemos, porque el mundo no se acaba, solo nosotros, nuestra fútil presencia. [?] Canta la canción de lo que pasará mañana, y de lo que hemos perdido con una sabiduría que se hace presente inadvertidamente.
Las palabras en Gasolineras son como máquinas en movimiento perpetuo que nos llenan de resonancias sonoras, táctiles, olfativas, y nos presentan imágenes del mundo que tienden entre ellas lazos invisibles, diásporas subterráneas, amalgamas recurrentes. Esta arquitectura es la osada arma contra el logos de lo racional, del sentido