No había necesidad de mirarlo dos veces para percibir en su plenitudaquel rostro tan atípico, más cercano al de un aguilucho que al de una persona normal y corriente. En su cara, todos los huesos pugnaban por hacerse notar, y algunos lo conseguían, aunque el que con mayorabundancia lograba sobresalir tanto en su largueza como en suindomable abultamiento era el apéndice nasal: ¡una prominente narizpropiamente quevedesca!
Novela desenfadada de entretenimiento.